viernes, 24 de octubre de 2008

El Comienzo del Nuevo Orden Mundial

Latinoamérica: La Farsa de Chapultepec y el TIAR

Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba por acabar, vencido ya gran parte de los movimientos tercerposisionestas, el Imperio Norteamericano empezaba a proyectar un Nuevo Orden Mundial bajo su patronato.
Mientras todo el mundo parecía ciego y enmudecido, una vos se alzaría desde el lejano horizonte contra el avance del perspicaz imperialismo.
Con la entrada a la Segunda Guerra Mundial a favor de los Aliados por parte de Uruguay, se inicio en el castillo de Chapultepec, la reunión de delegaciones americanas, para tratar los problemas de la guerra y la paz. Estados Unidos buscaba afianzar su creciente hegemonía sobre los países sureños.
Luis Alberto de Herrera, el podía vislumbrar desde lejos las lucubraciones del Imperio Norteamericano, el Escribía desde “La Quinta” sobre la Conferencia de Chapultepec:

“Muchas esperanzas desvanecidas y otros tantos temores confirmados: tal el saldo que resta de la gran farsa de Chapultepec.
En la lucha del Norte contra el Sur (la lucha entre Norteamérica y Latinoamérica), una vez más ha resuelto vencido éste. ¡Aciago destino el de las repúblicas bolivianas (en referencia a Latinoamérica), sometidas a oligarquías y diplomacias complacientes con el poderoso! La obra fundamental de la conferencia se concreta en estos instrumentos: la Carta Económica de las Américas[1], la Declaración de México, y el Acta de Chapultepec. En la redacción de las tres han gravitado poderosamente, decisivamente, la voluntad y los designios de Estados Unidos. Un telegrama de fecha 26 de febrero nos lo había advertido con anticipación:« A medida que avanza la conferencia, se hace más aparten que la actitud y la política de los Estados Unidos orientarán los resultados de la reunión. »
Entre tanto, los representantes de los oficialismos, dictadores unos y productos de dictaduras otros, - entre ellos el del Uruguay – seguirán declamando sobre el panamericanismo y la solidaridad continental, sobre el derecho y la libertad…
La sanción favorable de la Carta Económica, que fuera presentada por la delegación norteamericana, supone un triunfo de singular importancia para sus autores, pese a que estos se vieron forzados a aceptar ciertas modificaciones a instancias reiteradas de algunos comisionados latinoamericanos. Pero las enmiendas introducidas no afectan lo sustancial de la iniciativa estadounidense y, por lo tanto, las severas críticas de que fue el objeto se mantienen en pie. La pregonada libertad de comercio y la rebaja de tarifas solo servirán para « proteger la organización industrial norteamericana» – como bien lo puntualizo la Cámara Nacional de la Industria de México en un comunicado recientemente difundido – y, a breve plasmo las débiles estructuras económicas de los demás países del continente sentirán los efectos perturbadores de esas medidas.
Wall Street puede estar satisfecho con el resultado obtenido. El capital anónimo internacional ya no encontrara diques que lo contengan en nuestra América, y los altos poderes financieros que gobiernan al mundo, podrán disponer libremente de ella y saciar su voracidad con los suculentos dividendos que producirá el trabajo de unas masas proletarizadas y condenadas a la servidumbre económica perpetua. El segundo documento sancionado es esa Declaración de México que tanto ha conmovido la sensibilidad enfermiza de ciertos sectores de la opinión. Se trata de una preafirmación campanuda de viejos principios que América siempre ha sustentado y que en los hechos han sido violados con frecuencia. Su valor sería puramente platónico si en uno de sus artículos no se percibiese la oscura intención con que fue redactado, Nos referimos al segundo que dice así: « Cada Estado es libre y soberano en su régimen interior ». No se hace mención aquí a la soberanía externa de las naciones, lo que evidencia el propósito de dar patente de legitimidad a la extravagante doctrina de la soberanía limitada. Esa exclusión de un principio, cuya validez nadie se atrevía a desconocer, esta destinada a ser un semillero de futuros conflictos. En tercer termino, la Conferencia de México ha dado su aprobación al Acta de Chapultepec. Este estatuto político se estructuro sobre la base de los proyectos de Uruguay, Colombia y Brasil, y de las modificaciones impuestas por Mr. Tom Conally, presidente de la comisión de asuntos internacionales del Senado de Estados Unidos. Consecuente con los lineamientos tradicionales de su política internacional, la Unión (Estados Unidos) no ha querido aceptar compromisos que no sean temporarios. De ahí su firme oposición a la Cláusula que establecía la obligación, con carácter definitivo, de emplear fuerzas militares con el fin de reprimir todo acto de agresión que se registre en el conciente. Y bastó que su delegado digiera “no”, para que los autores del proyecto diesen la marcha atrás y aceptasen el articulo en la forma que los norteamericanos la proponían.”

Luis Alberto de Herrera

Pasó 1945 y llego 1946, el Peronismo se alzaba victorioso en las urnas Argentinas, y con Perón aliad de las masas ploretarias, pobres y desprotegidos nacía otra rama de la Tercera Posición. Mientras sucedía eso en 1947, otro gran avance para el Imperio Norteamericano, se firma el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), también llamado Tratado de Río. Pacto de defensa militar mutuo interamericano firmado el 2 de septiembre de 1947 en Río de Janeiro, bajo el discurso de la Guerra Fría y de la amenaza roja. Es decir, la rectificación del tratado de Chapultepec.
Luego de eso, Herrera hace su famosa proclama bajo la cual se sumaba al movimiento tercerposicionista “No Seremos ni una estrella en la bandera de Ningún Imperialismo, ni fila en ningún ejército rojo” […] “Ni Rusia, ni Estados Unidos, ni Wall Street, ni el Kremlin, ni Moscú, ni Washington”.

[1] Una “Carta Económica para las Américas”, se trataba de una crítica al nacionalismo "en todas sus formas". En ella figuraban los lemas centrales de la política global estadounidense: reducción de barreras comerciales, rechazo de acuerdos que restringieran el comercio, tratamiento equitativo al capital extranjero y aliento a la iniciativa privada. Estados Unidos había fijado su política en torno al objetivo central de promover el libre comercio internacional, mientras que en su casa, boicoteaba los productos extranjeros (en especial los uruguayos y argentinos) y adoptaba medidas proteccionistas. Además de operar para evitar la participación de los Estados nacionales de la región en actividades empresariales, estaba especialmente preocupado por impedir que se utilizaran tarifas y restricciones arancelarias para aislar espacios nacionales o regionales de la colocación de productos norteamericanos.